Vaporwave: un análisis del género

Más que un género musical, el vaporwave podría describirse como una corriente estética, de ahí que la palabra aesthetics aparezca tan ligada de forma recurrente a él. ¿Qué tiene de particular este género, o este microgénero, de música electrónica para que, desde su más importante irrupción en el panorama musical —allá por 2011, con la publicación del ya legendario Floral Shoppe de Macintosh Plus—, tanta gente alrededor del mundo quedara cautivada por sus sonidos y por su estética, es decir, por su arte visual?

Para definir de la forma más concisa posible el vaporwave, es necesario entender primero que quizá sea un error ponernos demasiado serios al hacerlo. Es cierto que hay una voluntad arty detrás de la música, un intento bastante irreverente de romper con lo impuesto por la mercadotecnia en el fondo y en la forma, incluso un tácito mensaje distópico que lo puede justificar. Pero también es cierto que, en lo tangible, el vaporwave destila mucha ironía, feísmo digital en muchos casos y unos principios musicales que, sin necesitar de agresividad o histrionismo, irritan a los reaccionarios.

Esta es una de las cosas que más me gusta del vaporwave: pone un hito en la historia de la música popular y como ha pasado con los diferentes hitos que han marcado corrientes a través de las décadas, este también ha despertado aversión entre posturas conservadoras. Esto subraya mi lema que ya antes he hecho público en más de una ocasión: Si la música que escuchas empieza a gustar a tus padres, quizá sea momento de buscar cosas nuevas.

Recupero las palabras de Michael Nesmith, carismático miembro de los Monkeys, en una entrevista para Rolling Stone  en 2018 en la que confesaba su entusiasmo al haber descubierto el vaporwave. A sus 70 y bastantes años decía:

“Nunca había escuchado algo así y me apasionó. Ahora lo escucho con bastante regularidad. Me encanta. La primera reacción mientras escuchas es que es anormalmente lento. Piensas, esto es raro. ¿Por qué cantan así? No sé, me gusta esto. Si te distraes lo más mínimo y te diriges a otro hilo de pensamiento, la música que se desvanece en esa piscina de azul líquido se vuelve cautivadora. Es lo más psicodélico que he escuchado desde los psicodélicos”.

Llama la atención el aspecto psicodélico del vaporwave al que hace referencia. El hecho es que es una corriente musical y estética con personalidad propia y que no debemos confundir con el synthwave, ni con el trap, ni con el outrun, ni con la new age music, ni el ambient, ni el darkwave, ni el smooth jazz, aunque a veces se solapen los estilos y los artistas metan en su batidora músicas de fuentes diversas.

Esta corriente ha dado la vuelta a una música popular que llevaba mucho tiempo estancada. Y lo cierto es que no solo ha conseguido eso, sino que también ha influido manifiestamente en lo musical y en lo visual a artistas de otros ámbitos. Los más críticos y detractores, o simplemente los de actitudes reaccionarias, pueden llegar a escandalizarse ante lo que consideran de forma simplista música robada o provocación de mal gusto. Curiosamente, lo mismo que ya ocurrió con el hip hop, el house y, retrocediendo en la historia, con la música disco y con el rock and roll. En eso la historia no dejará de repetirse en un loop de pasos audaces que son contestados por los que prefieren permanecer legítimamente en el confort de lo familiar. Es, como decía el psicólogo Erich Fromm, “el miedo a la libertad”. Y curiosamente, el vaporwave saltó al futuro arrastrando tras de sí, como a rebufo, ecos del pasado y devolviéndolos a nuestro cerebro en una niebla confusa, como si quisiera hacernos dudar de que el pasado alguna vez existió. O si es que simplemente algún ser superior nos lo ha implantado en la memoria.

O quizá no sea que el mundo vaya a desaparecer pronto, sino que acaso ya no existe y aún no nos hemos dado cuenta.

Álvaro Tarik, El Club Lento